jueves, 7 de marzo de 2013

El despreciable Julius Hallervorden.

J. Hallervorden junto al cuerpo de un niño asesinado.
De vez en cuando es bueno para la memoria recordar los horrores del nazismo. Cada vez estoy más convencido de que la sociedad actual no sigue lejos de aquellas ideas que dominaron Europa. Me explico. Creo que hoy todo lo bañamos en la tinta del egoísmo y el buenismo; lo primero por interés, lo segundo por comodidad. Cuando la libertad de un grupo toma y roba la de los demás surge el nazismo o como demonios se llamara hoy día.

Hoy no somos mejores que entonces. La Alemania de los años treinta se entregó a los brazos de un partido brutal y asesino que provocó una guerra mundial y la destrucción de Europa. También destruyó la firmeza moral de una sociedad que confundía la guerra con el supuesto derecho a crecer como país, que encontró la cabeza de turco propicia en el pueblo judío, así como la "obligación" de limpiar la raza para mejor futuro del pueblo alemán. Todo ello sembró de cadáveres el continente europeo y dejó una huella indeleble para los tiempos venideros.

Cartel de propaganda del programa de eutanasia.
En esos años de barra libre para los psicópatas que investidos por la autoridad del momento dejo pacer y hacer en todos los ámbitos de la sociedad. En la medicina hubo gente despreciable, un ejemplo conocido fue Julius Hallervorden, un neurólogo alemán que se dedicó a diseccionar cerebros infantiles para "estudiarlos". A cubierto por medio del programa de eutanasia establecido en aquella época, Hallervorden abrió 697 cerebros de enfermos de esquizofrenia, epilepsia y otras enfermedades neurológicas. Asesinados por haber sido considerado según la terminología nazi como "idiotas" o "comedores inútiles" y siendo utilizados sus cuerpos por los carniceros con bata del régimen nazi. En 1945, dicho programa había acabado con las vidas de 275.000 personas. La excusa oficial era el ahorro de recursos económicos.

Hallervorden sobrevivió a la guerra y no fue penado por la utilización en sus experimentos científicos de cerebros provenientes de ejecutados por el régimen.  En las décadas siguientes estudió junto a otro doctor nazi, Hugo Spatz y dio su nombre a una enfermedad neurológica.  Consiguió que la sociedad y la justicia dieran validez científica a sus tropelías No fue el único científico que se libró de la justicia. Otro día escribiré sobre más ejemplos no muy ejemplarizantes.

2 comentarios:

Ludovica dijo...

Cómo me suena eso del ahorro de recursos económicos... Ahora no hay Julius Hallervorden como los de la Alemania nazi (al menos en nuestra "civilizada" sociedad occidental) pero sí los hay de otro tipo: de los que recortan, recortan y recortan de donde no hay.

Anónimo dijo...

paradojicamente. la medicina lo "honro" para la posteridad remarcandolo con una enfermedad que lleva su nombre
(enfermedad de Hallervorden Spatz) o si se quiere mejor : enfermedad neurodegenerativa por deposito de hierro. que cosas no ?