lunes, 14 de enero de 2013

Pira de libros


El Partido Nacional Socialista tomó la decisión en 1933, tan pronto asumió el poder, de imponer su verdad absoluta, ejercer su control sobre la vida cultural germana y "depurar" el espíritu del pueblo de todos los elementos que su juicios, se consideraban contradictorios del "espíritu germano". Fue para tal fin que se creó la "Liga de Lucha contra el Espíritu No-Germano"

La idea que surgió de quemar libros fue disputada por varios jerarcas Nazis, ya que cada uno quería ser el promotor de tan audaz acción, entre ellos el teórico Alfred Rosenberg y Joseph Goebbels. La campaña llevaba como estandarte un slogan remanido y previsible: "reaccionar contra la desvergonzada propaganda de la judeidad mundial contra Alemania". Todo estudiante debía depurar su biblioteca privada de los libros contagiados por la bacteria del espíritu judío. Se conminó a toda la población a deshacerse de libros que pudiesen estar contaminados de esa suerte. Comenzó a anunciarse, que la gran depuración se acercaba. Y además, estaba por salir un edicto prohibiendo a escritores judíos hacerlo en idioma alemán. El día 22 de abril, el diario "Volkischer Beobachter" los nombres de los lugares y la fecha: el 10 de mayo.

Quienes organizaron la quema de libros se habían propuesto darle al acto el carácter de un evento oficial. En la plaza frente al edificio de la Opera de Berlín se preparó una hoguera de inmensas dimensiones. El primer contingente de estudiantes se hizo presente después de las diez de la noche, junto con una banda militar, un destacamento de SS, delegaciones de estudiantes uniformados y con antorchas en sus manos, seguidos por una rugiente turba hitlerista. A un costado de la plaza, ya estaban esperando camiones cargados con unos veinte mil tomos de libros diversos. Grupos de bomberos que ya estaban preparados en la plaza, se acercaron a las pilas de libros a rociarlos con nafta. A medida que cada paquete de libros era arrojado al fuego, un locutor, en el clímax de una extraña y demoníaca vehemencia perfeccionista, iba anunciando los autores de los libros, sus nombres y la causa por la cual se los quemaba. Tales anuncios eran contestados con vítores. Los locutores, abrasados quizá por el delirio piromaniaco o el simple calor infernal de la hoguera comenzaron a aullar, mencionando los valores opuestos a las ideas del libro a quemar, como por ejemplo Nacionalismo y Universalismo, el Tercer Reich y la república de Weimar, nacional socialismo y marxismo, etc.

Además de los libros de Karl Marx, que fueron los primeros en ser quemados, fueron llevados a la hoguera Mann, Emil Ludwig, Erich-Marie Remarque... Por supuesto que el acto se vio coronado por un discurso de Goebbels.

Tres días después, Bernhardt Rust, quien fue nombrado Ministro de Cultura, Educación y Ciencias del Tercer Reich, asumió en nombre del Führer la misión de asumir el control del frente cultural. Poco tiempo después, se publicó la lista de los libros prohibidos, así como también el listado de autores prohibidos y sus obras. Tampoco se salvaron las bellas artes: de los museos desaparecieron obras de Paul Klee, Franz Marx y Vasili Kandinsky, definidas como arte decadente. Y fue entonces cuando nació y se hizo popular el dicho "Al oír la palabra cultura, desenfundo mi revólver."

Y en lo que respecta a la música, existe una anécdota que podría tener connotaciones risibles si no fuera por su doloroso contexto: poco después del Anschluss de Austria, un destacamento nazi llegó a un pueblecito, del que se habían recibido denuncias respecto a que su población estaba compuesta eminentemente por judíos. Se cuenta que apenas llegaron los esbirros en sus vehículos y comenzaron a montar su campamento en la plaza principal del pueblo para cumplir con su siniestro cometido, una de las primeras órdenes dadas por el comandante fue, entre otras, tirar abajo las estatuas de los judíos. Un sargento al que le había sido asignada la tarea se dirigió junto con sus hombres al comandante, herramientas en mano, para preguntarle por qué monumento empezar, a lo que el oficial le espetó: "busque la estatua que tenga la nariz más grande". Imbuido del más celoso sentido de la obediencia y profundamente convencido de estar haciendo lo correcto, el sargento y sus hombres derribaron enérgica e inmediatamente el monumento a… Richard Wagner.

Fuente:  Marcelo Sneh porisrael,

2 comentarios:

Ludovica dijo...

Leer historias como éstas me hace revivir ciertos fantasmas del pasado. Por circunstancias de la vida, hace dieciséis años se esfumó la mitad de mi biblioteca; aún sufro cuando pienso en ello.

Conde de Salisbury dijo...

Allí donde se queman libros, no tardará en quemarse hombres. Trágica profecía.