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jueves, 31 de mayo de 2012
Los crímenes del S-Bahn.
Hoy llego tarde a mi entrada de los jueves, pero ya conocéis el dicho: "Más vale tarde que nunca".
Me he dado cuenta que Alemania sigue tan presente en la vida de los europeos como en los años treinta y cuarenta. Ya se que es exagerado pero es que en la radio y periodicos sólo hablan de exigencias de los germanos. Antes era exigencias territoriales y hoy son económicas.
Todo esto me lleva a que, incluso en aquellos difíciles años, también existió una vida paralela a la guerra, sobre todo para los alemanes que no sufrieron los bombardeos durante los inicios del conflicto. La vida continuaba con sus precariedades económicas y la falta de trabajo que quedó subsanada por las continuas inversiones públicas del Tercer Reich, que permitió dar trabajo a millones de personas.
Los problemas de seguridad eran controlados por una férrea policía, que ya podía ser en su variante política o la encargada de investigar robos y crímenes diversos, permitía que los ciudadanos mantuviese una vida lo más normal posible dentro de lo que representó el régimen hitleriano.
Los famosos crímenes del ferrocarril urbano o S-Bahn, trajo de cabeza a los responsables de la seguridad alemana. La aparición de una mujer muerta en julio de 1940 con la cabeza destrozada y numerosas contusiones en el resto del cuerpo, hizo pensar en un principio en un accidente provocado por la caída desde algún vagón del ferrocarril urbano.
Unos días más tarde otros dos cuerpos se sumaron a la primera desdichada. Ambos eran mujeres con los cráneos rotos por impactos directos con algún objeto contundente. Otra coincidencia era que todos los cuerpos habían aparecido en la misma línea de tren. Todos los cuerpos pertenecian a mujeres que volvían solas tras su jornada de trabajo. El vagón donde viajaban era siempre de segunda clase.
Detalles como los anteriormente descritos eran vertidos bajo declaración por una mujer que dijo haber sido atacada por un hombre, que la golpeó y la tiró desde el vagón. La víctima declaró que le pareció ver que su atacante vestía el uniforme propio de los trabajadores del ferrocarril. Ello llevó a la eficiente policía alemana a establecer cebos en los vagones mediante miembros del cuerpo policial, voluntarios, algunos femeninos y otros disfrazados con ropas de mujer.
Nada se pudo averiguar ya que también se dispuso de voluntarios del ferrocarril que colaboraron en la vigilancia de los trenes, comunicando cualquier dato o suceso extraño que llevase al atrapamiento del asesino.
Se hicieron moldes de las pisadas encontradas alrededor de los cuerpos, se investigó a 17.000 individuos que pudieran haber comprado el tipo de calzado usado por el asesino. Tras la investigación, la policía redujo el grupo sospechoso a 20 personas. En un interrogatorio, un ferroviario declaró que había visto como un compañero, de nombre Paul Orgozow, saltar una valla tras abandonar su puesto. Orgozow fue interrogado y se le descartó tras comprobar que el motivo era una cita con una divorciada. Pero tras una investigación más profunda del interrogado la Kriminalpolizei, descubrió que tenía antecedentes de robo y había sido denunciado por violencia sexual.
Paul Orgozow fue nuevamente interrogado con medios más intensos, sin llegar a la habitual crudeza de la tortura alemana, el desdichado negó una otra vez los hechos que se le imputaba. Tras horas de la compañía policial, se le presentó los trozos óseos de los cráneos rotos de las víctimas. Orgozow se derrumbó confesando sus crímenes. Golpeaba a sus víctimas con un grueso cable del tipo del utilizado en el ferrocarril, dejando inconsciente a la víctima para, seguidamente, tirarla desde el vagón. Sólo un cuerpo presentó violencia sexual. Orgozow fue ejecutado tras un rápido juicio.
Ningún medio dio más información de la precisa, ni antes ni después de haber sido juzgado al asesino del ferrocarril urbano. La policía hizo uso de 60.000 miembros y voluntarios para esclarecer los hechos.
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2 comentarios:
Una historia fascinante, Mario.
Para no dormir...
Gracias Ludo.
Saludos desde el Sur.
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